El
Ángel Oscuro
Desperté
en medio de la claridad del día, en un callejón perdido a las
afueras de la ciudad. No recordaba casi nada de la noche anterior.
Había acudido a una discoteca nueva en el centro de la ciudad y allí
lo había conocido.
Me fijé
en él nada más entrar, porque algo inexplicable me condujo hasta su
mirada. Y desde ese momento no vi nada más.
Me
acerqué donde estaba y empezamos a bailar. Un baile sensual que nos
acercaba al máximo, que hacía que tocáramos nuestros cuerpos y nos
convirtiéramos en uno solo. Después salimos sin decir nada y en ese
momento mi recuerdo se nublaba. No sabía que había pasado después,
a donde habíamos ido, ni lo que habíamos hecho. Ni siquiera
recordaba su nombre, más bien no recordaba haber intercambiado ni
una sola palabra con él. Todo era tan extraño.
Me dirigí
a una calle más transitada para coger un taxi que me llevara a mi
casa. Estaba cansada, así que al llegar me metí en la cama y me
quedé profundamente dormida. En sueños volví a verlo y sentí como
me llamaba. Desperté sudando y sin saber muy bien donde estaba. Al
centrarme me levanté, comí algo aunque apenas tenía hambre, me
duché y salí de casa.
Esta vez
fui a otro bar para no encontrarme con él. Pero al entrar lo vi,
como la noche anterior, y de nuevo, empujada por un deseo
irrefrenable, me acerqué a él para repetir el ritual de la noche
anterior. Y otra vez me desperté en un callejón como la noche de
antes. Pero al siguiente día algo cambió.
Volví a
acostarme al llegar a casa y tuve el mismo sueño, aquel ser extraño
llamándome desesperadamente. Sentí su voz como si estuviera a mi
lado, y al despertar allí estaba, en el balcón de mi casa,
observándome. No creí lo que estaba viendo, pero era real, estaba
allí y me llamaba con una voz suave y sensual.
—
Natalie, Natalie,…
¿Cómo
sabía mi nombre si yo no se lo había dicho? O al menos no lo
recordaba. Quise salir gritando de allí pero no lo hice, me quedé
inmóvil mirándolo fijamente, y entonces desapareció.
Creí que
me había vuelto completamente loca, que alguien había metido algo
en mi bebida y todo aquello no era más que una alucinación, pero
era imposible. Todo era demasiado real para ser alucinaciones. Tan
real como ilógico a la vez. No entendía nada.
Solo
sabía que deseaba que llegara la noche para verlo de nuevo frente a
mí. Y me propuse que cuando eso ocurriera, él no me controlaría.
Que ilusa era.
Los
siguientes días decidí no salir de noche para no encontrármelo,
pero cada vez que cerraba los ojos para dormir, el sueño volvía a
repetirse. Una mañana al despertar, cogí mi bloc y un lápiz y
pinté su retrato. Dibujé sus rasgos uno a uno, perfectamente
marcados y allí lo tuve, perfecto, frente a mí. Y entonces decidí
que tenía que averiguarlo todo sobre aquel extraño que había
marcado a fuego mi vida y mi mente.
Aquella
noche me arreglé lo mejor que pude, llamé a mi mejor amiga y
salimos juntas a comernos la noche. Ella no sabía nada de lo que me
había ocurrido días atrás. Creía que me tomaría por una loca si
se lo contaba, y no me arriesgué. Mientras me maquillaba el timbre
de mi casa sonó y fui corriendo a abrir.
—
¿Si?... Ya bajo, 5 minutos… — le dije a mi amiga.
Terminé
de maquillarme, di un último repaso de mi aspecto en el espejo del
recibidor y bajé, no sin antes observar por última vez el rostro de
aquel hombre.
— Uau,
que guapa te has puesto — me dijo mi amiga al verme.
— Que
exagerada… Tú sí que estás espectacular Darla — le dije.
Y era
cierto. Mi amiga siempre había sido la sexy, la espectacular, la que
se ligaba a cualquiera si se lo proponía. Las dos éramos guapas,
eso no podía negarlo nadie, pero ella tenía algo que yo no, don de
gentes.
Cogimos
un taxi y nos fuimos hacia la discoteca nueva, a la que había ido el
día en que me encontré por primera vez con aquel chico. Aquel día
mí amiga no había venido conmigo, había ido sola, después de mi
último desastre amoroso, por eso ella no sabía nada de lo que había
ocurrido aquella noche. Entré en la discoteca, inspeccionando cada
rincón con mi mirada, pero no había ni rastro de él.
— No
estarás buscando a Josh — me dijo Darla.
Josh era
mi ex y la relación más larga y tormentosa que había tenido hasta
aquel momento. Habíamos estado juntos cerca de 3 años, y todo había
acabado cuando él decidió que era hora de buscarse alguien nuevo y
fresco con él que pasar el tiempo. Él problema había sido que se
lo había buscado mientras aún estaba conmigo.
— No,
no busco a nadie, solo observo — le mentí.
— ¿Y
ves alguien para mí? — me preguntó.
— No
creo que necesites que yo te busque a alguien, pero aquel moreno de
la barra lleva mirándote desde que hemos entrado — le dije a
Darla.
Ella se
fijó en él y le sonrió.
— Bueno
quizá acabé con él al final de la noche, pero mientras es nuestra
noche — dijo, y me cogió de la mano arrastrándome a la pista de
baile.
Darla era
completamente diferente a mí. Nunca había tenido ninguna relación
seria, se iba con cualquiera que le gustara, y pocas veces repetía
chico. No creía en el amor, porque nunca se había enamorado,
siempre me decía que no existía, que lo que existía era el
interés. Te enamorabas de una persona si te interesaban suficientes
cosas de ella, sino nada. Y en parte tenía razón.
Nos lo
pasamos bien, bebiendo y bailando sin parar, y el chico moreno no
dejó de observarla en toda la noche. Hacia las 5 decidí que ya
había cuidado suficiente de mí. Era desinteresada en cuestión de
relaciones con chicos, pero para la amistad era la mejor. Desde que
la conocí nunca me había fallado, siempre había estado a mi lado
cuando la había necesitado, y eso pocas veces se encontraba.
— Oye,
el chico no deja de mirarte, creo que es hora de que te acerques —
le dije al oído para hacerme oír.
Ella lo
miró.
— Puede
esperar un poco más, no voy a dejarte sola — me dijo, también al
oído.
— No
pasa nada, ve con él y yo me voy a casa, ya es tarde y estoy cansada
— le contesté.
— Bueno
entonces te acompañaré — me dijo.
— No,
me voy en taxi. Tú vete con él y disfruta. Y mañana en cuanto te
despiertes me llamas y me lo cuentas — le dije.
Ella me
miró, me abrazó y me dio un sonoro beso en la mejilla, que se oyó
a pesar del volumen de la música.
— Sabes
que te quiero, ¿no? — me dijo, y yo le sonreí.
— Ve, o
se cansara de esperar — le contesté.
— Si se
cansa, vendrá otro — me dijo Darla riendo, y yo reí con ella.
Darla se
acercó a mí y me dio un pequeño beso en los labios, un piquito de
amiga como siempre me decía ella. Yo le sonreí y ella se fue hacia
el chico, que en cuanto ella llegó a la barra, ya tenía una copa en
la mano para invitarla. Me di media vuelta y me fui.
No lo vi
aquella noche en aquella discoteca. Lo busqué entre la gente, lo
llamé en silencio aún sin saber su nombre. Pero él no estaba allí.
En realidad no era cierto que estuviera cansada, y era pronto, así
que pensé que no me vendría mal caminar un poco y decidí ir a casa
dando un paseo. Salí de la discoteca en el momento en que tres
chicos salían también, yendo en mi misma dirección. Caminé más
deprisa, atajando por un callejón, como aquel en el que había
despertado noches atrás, que me hacía adelantar bastante camino, y
me pareció que aquellos chicos continuaban por la calle principal.
Suspiré aliviada. Pero entonces, antes de llegar al final del
callejón oí pasos detrás de mí. Me giré y allí estaban dos de
ellos. Aceleré mi marcha, casi corrí, y el tercero apareció,
obstruyéndome el paso. Estaba rodeada y ellos sonreían.
— ¿Qué
pasa preciosa, tienes prisa? — me dijo uno de ellos.
Se
acercaban cada vez más a mí.
— ¿Qué
queréis? — les pregunté, intenté no parecer asustada pero no fui
capaz y mi voz tembló.
— Te
hemos visto con tu amiguita en la discoteca, y nosotros también
queremos un besito de esos… Nos ha encantado veros — dijo uno, y
vi como se tocaba por encima del pantalón en un gesto muy obsceno,
que obviamente era para provocarme.
— Tengo
que irme — dije, intentando salir de allí, pero uno de ellos me
empujó.
— No,
todavía no, primero vas a hacernos lo que le haces a tu amiguita
cuando estáis solas… — dijo el otro riendo.
— No le
hago nada, dejarme en paz — les supliqué, aunque intentaba parecer
serena, mi voz sonó aterrada.
— Yo
creo que si — dijo el mismo chico.
Estaban
justo enfrente de mí y por instinto retrocedí hasta la pared. Miré
a ambos lados de la calle, intentando vislumbrar a alguien que
pasara. Abrí la boca para gritar.
— No lo
hagas — dijo otro chico — o será peor.
Cerré la
boca. Vi como sonreían y cerré los ojos, deseando despertar de
aquella pesadilla. Entonces uno de ellos se acercó y me cogió de
ambos brazos. Acarició mi cara y me estremecí, intentando zafarme.
Pero me sujetó aún más fuerte mientras otro de ellos me tocaba y
estiraba de mi blusa, rompiendo todos los botones.
Reían,
con una risa aguda, loca y estremecedora, mientras lágrimas
aparecían en mis ojos y lo único que deseaba era que terminaran
pronto. Seguí con los ojos cerrados y noté como uno de ellos
acercaba su cara, me lamía la mejilla y después me besaba
mordiéndome los labios, haciéndome daño. Y noté como la sangre
brotaba de uno de ellos.
Se
acercaron aún más. Tocándome, lamiéndome, mordiéndome entonces
lo oí. Un gruñido desgarrador, como de un animal salvaje. Sentí
como me soltaban y caí al suelo. Llorando, intentando taparme. Abrí
los ojos y vi una forma oscura agazapada entre ellos y yo, pero no
distinguí quién o qué era.
— Ella
es mía — dijo una voz furiosa.
Y
entonces me desmayé.
Desperté
sin saber cuánto tiempo había pasado, en una cama que no era la
mía. Con unas ropas que no eran las mías. Y me costó recordar lo
que había pasado. Miré a un lado y entonces lo vi. Era él, el
rostro de mi salvador, él mismo rostro que había en el retrato
pintado en mi habitación.
— ¿Qué
eres? — le pregunté.
Se acercó
a mí, acarició mi frente, acercando su cara a la mía.
—
Shhhhhhhhh… Debes descansar — me dijo.
Me besó
en la frente. Sus labios, al contrario que sus dedos fríos como el
hielo, estaban calientes.
Lo miré
a los ojos una vez más y después cerré los míos.
— ¿Qué
eres mi ángel…? — le susurré, y me dormí.
Desperté
a mediodía, según me indicaba el lugar donde se encontraba el sol,
y un silencio tranquilizador llenaba aquel apartamento. Me encontré
en una cama enorme, con sábanas oscuras de seda, y un olor a rosas
que me embriagaba. Un ventanal de cristal, ocupaba todo lo que debía
haber sido una pared. Me levanté, acercándome a aquella pared de
cristal, y vi toda la ciudad a mis pies, desde lo que debía ser el
ático de uno de los edificios más altos de la ciudad. Estuve un
rato mirando aquella ciudad, desde aquella posición privilegiada,
donde de los coches no se escuchaba ningún ruido, y los transeúntes
eran simples hormigas, viviendo para trabajar. Me di la vuelta y me
dispuse a buscar al que me había salvado la noche anterior. Estar
allí me dejaba claro que no había sido ningún sueño, que no era
mi imaginación la que me había traicionado, sino que todo había
sido completamente real.
Pero no
lo encontré, no estaba allí. Así que cogí mi bolso, que supuse
había dejado él junto a la cama y me dispuse a marcharme.
En la
entrada había un espejo, así que rebusqué y con mi pintalabios le
dejé un mensaje escrito: Gracias, mi ángel.
Al salir
a la calle me di cuenta de que mi casa se encontraba en la otra
punta, así que paré un taxi que me llevó hasta allí. Al llegar a
mi destino, y buscar el dinero en mi monedero para pagar, me di
cuenta de que el conductor, me miraba a través del espejo
retrovisor, con una sonrisa muy parecida a la de mis atacantes de la
noche anterior, así que nerviosa, le pagué sin esperar el cambio y
me bajé deprisa de aquel taxi. Subí a mi casa, justo en el momento
en el que el teléfono sonaba. Lo cogí en el último toque.
— ¡Ya
era hora dormilona! — me dijo la voz de Darla al otro lado.
Sonreí.
— Que
pronto te has despertado tú, ¿no tendrás fiebre? — le dije.
Darla era
de las que el día después de una noche de fiesta, no despertaba
hasta bien entrada la tarde, o incluso a veces, era capaz de no
despertar hasta dos días después.
—
Bueno, eso sería si hubiera dormido — me dijo riendo.
— ¿No
me digas que has estado hasta ahora con el chico de anoche? — le
pregunté.
— No he
estado, estoy. Me está preparando la comida — me contestó ella.
— Vaya,
vaya, empiezo a pensar que sí tienes fiebre, nunca te quedas a comer
con tus conquistas — le dije.
— Eso
mismo he pensado yo, pero no sé, me gusta — dijo ella riendo. —
¿Y tú cómo estás? ¿Llegaste bien a casa? — me preguntó.
Estuve a
punto de contarle todo lo ocurrido la noche anterior, pero sabía que
lo único que haría sería asustarla, y con una que pasara miedo ya
era suficiente.
— Si,
cogí un taxi y llegué enseguida — le mentí.
—
Perfecto, no me gusta que andes sola de noche, te puede pasar
cualquier cosa — me dijo ella.
— Lo
sé, no te preocupes — le contesté para tranquilizarla.
— Nena,
ya está la comida — oí al otro lado de la línea.
— Si te
debe de gustar para que dejes que te llame nena — le dije a Darla
riéndome.
— Que
graciosa. Bueno ya has oído, mi comida me espera. Hablamos luego,
¿vale? — me contestó ella.
— Vale
nena — reí.
— Hasta
luego churry — me dijo ella a modo de venganza, sabiendo cuanto me
molestaba.
Colgué y
me fui hacia al baño para darme una ducha. Mientras el agua recorría
mi cuerpo, recordé lo sucedido aquella madrugada y un escalofrío me
recorrió entera. Pensé en el gruñido que había oído, pero sin
recordar ningún animal. Así que supuse que él, mi ángel, tenía
un perro, no veía otra explicación. Terminé de ducharme y me
vestí. Quería saber más de mi salvador, pero no tenía nada, ni un
nombre, ni mucho menos un teléfono.
— Pero
sé donde vive — me dije en voz alta, y sonreí.
Sabía
que era arriesgado, pero tenía que hacerlo. Necesitaba conocerlo
más, saber su nombre, y sobre todo, darle las gracias como se
merecía. Así que cogí mi coche y me fui en dirección a su casa.
Conducir yo era la única manera de recordar donde vivía, haciendo
el camino al inversa que había hecho el taxi unas horas antes. Me
había fijado en cada calle, cada detalle, pero aún así me perdí
varias veces antes de encontrar el edificio donde me había
despertado aquel día. Estando allí, de repente, me entró miedo, de
no saber cómo reaccionaría él, o lo que podría descubrir al
conocerlo, pero me armé de valor y me dirigí a la puerta de
entrada. El portero me miró al entrar y se dirigió a mí.
—
Buenas noches señorita — me dijo con una sonrisa.
—
Buenas noches — dije yo, mirando un momento hacia la calle.
Estaba
oscureciendo, no me había dado cuenta de que ya había pasado
prácticamente la tarde completa.
— Creo
que el señor Eric, la está esperando — me dijo sin dejar de
sonreír.
Yo le
devolví la sonrisa, extrañada por el comentario.
— 8ºC
— me dijo, indicándome el ascensor.
—
Gracias — le contesté.
Me fui
hacia donde me indicaba, y marqué el número del octavo piso. No
sabía cómo, pero aquel hombre sabía exactamente a donde me
dirigía, porque en efecto, el 8ºC era el piso del que había salido
hacia unas horas.
El
ascensor llegó a su destino, y cuando me acerqué a la puerta C,
ésta se abrió, sin darme tiempo a llamar. Y al otro lado estaba él.
— Te
esperaba — me dijo.
Su voz
era atractiva, misteriosa, y seductora, muy seductora.
— Yo…
Venía a darte las gracias por lo de anoche… Bueno, esta mañana —
le dije.
Él se
apartó de la puerta, sin decir nada, indicándome con una mano que
pasara. Y eso hice. Al entrar me fijé en el espejo, donde aún
estaba mi mensaje, y sonreí.
— No
soy un ángel — me dijo.
Se había
colocado a mi lado, observando el espejo y yo no me había dado
cuenta, así que pegué un salto, fruto del susto.
—
Perdona, no te había visto en el espejo — dije, mirando de nuevo.
Y en
efecto, no había reflejo alguno que indicara la presencia de él.
— Pero
cómo es posible… — dije, aunque no termine la frase.
—
Siéntate, por favor — me dijo él.
Se había
colocado delante de mí con una rapidez increíble, y me indicaba
ahora el sofá del salón. Me senté, algo incómoda por lo extraño
de todo aquello.
— Igual
sería mejor que me fuera, quería darte las gracias y ya lo he
hecho… — dije levantándome.
— No —
dijo él, mientras me empujaba el hombro para que volviera a
sentarme.
Me
asusté.
—
Disculpa, no quería asustarte. No te vayas por favor, deja que me
explique… — me dijo él.
No dije
nada, asentí lentamente con la cabeza y me acomodé en mi asiento.
Él no se sentó, caminó lentamente hacia el ventanal de cristal,
observando la ciudad.
—
Tienes unas vistas preciosas. Debe ser un lujo tener tanta luz
natural — dije, intentando romper el hielo y la tensión.
—
Supongo, yo no la veo nunca — me dijo él.
— ¿No
ves el qué, la luz? — le pregunté.
Él
asintió mientras suspiraba.
— Hace
muchos años que no veo un amanecer, que no permito que los rayos del
sol toquen mi piel. Casi he olvidado cómo se ven los colores a la
luz de la mañana — me contestó.
— Pero…
No entiendo nada… ¿Es por algún tipo de enfermedad? — le
pregunté.
Vi en él
una media sonrisa.
— Algo
así — dijo, mientras se giraba para observarme.
Volvió a
caminar por el salón.
— Hace
mucho tiempo que no confío en alguien lo suficiente para ser sincero
y contarle lo que soy. Jamás lo he hecho conociendo a la persona de
tan solo un par de noches, y cuando ella ni siquiera recuerda nada de
esos momentos. Pero desde que te vi la primera vez, tuve la necesidad
de contártelo todo, ser totalmente sincero, y que supieras quién y
que soy, y de ese modo pudieras aceptarme — me dijo.
No dije
nada, no entendía nada, y todo aquello me tenía tan intrigada, que
no moví ni un solo centímetro de mi cuerpo mientras él hablaba.
— Yo no
soy un ángel, sino más bien lo contrario. Despierto cuando la luz
del sol se va, y me acuesto en cuanto aparece, porque si un solo rayo
me toca, desapareceré. Te has fijado en que no puedes verme en el
reflejo del espejo, y así es, nadie puede verme. Nunca enfermo, no
envejezco, y no necesito alimentarme de la manera en que tú lo
haces.
—
Espera un momento — le interrumpí. — No irás a decirme que eres
algo así como un vampiro, ¿verdad?
Me miró
fijamente.
— Lo
soy.
— Oye
mira esto no tiene gracia — dije, levantándome del sofá.
Él no
dijo nada, ni tampoco se acercó a mí como había hecho antes para
detenerme. Así que fui hasta la puerta y me marché de allí, sin
que él se moviera de su lugar. Conduje en dirección a mi casa,
pensando en todo lo que me había dicho, y sin creerme una sola
palabra.
— ¿Un
vampiro? — dije en voz alta, riéndome.
Aunque la
risa me duró poco tiempo. Llegué a mi casa, me puse el pijama y me
metí en la cama. Después de los días tan intensos que había
pasado, lo único que quería era descansar y dormir. Aquella noche
no tuve ningún sueño extraño, ninguno en el que él fuera el
protagonista.
Y de esa
manera pasaron los días, sin volver a imaginar su rostro en sueños,
sin volver a saber nada de él. Y pensando en todo lo que me había
contado. Y algo muy dentro de mí comenzó a creérselo.
Pasaron
las semanas, y mi vida comenzó a ser tan rutinaria como siempre.
— ¿Qué
harás en San Valentín? — me preguntó Darla.
Habíamos
quedado para comer.
— ¿Yo?
Lo mismo de cada día. ¿Y tú? — le pregunté.
— Pues
aunque te suene extraño, voy a celebrarlo con Mark — me dijo ella.
— Vaya,
como cambian las cosas — le dije yo, sonriéndole.
Siempre
había sido yo la que tenía planes para San Valentín, y Darla la
que salía como cualquier día normal, la que pensaba que aquel era
un día inventado por los centros comerciales para que gastáramos
dinero. Y ahora era ella, la que nunca había creído en el amor, la
que pensaba celebrarlo con un chico, su chico, y yo la que se iba a
quedar en casa, sin tener ningún plan que hacer.
— La
verdad es que nunca imaginé tener ilusión por celebrar este día —
me dijo ella, sin dejar de sonreír.
— Me
alegra verte tan feliz, ya te tocaba — le dije yo.
—
Bueno, a ti también te toca — me contestó ella.
Suspiré.
— Si
quieres que me quedé contigo en vez de irme con él, no tienes más
que pedírmelo — me dijo ella.
— No te
preocupes, y disfruta de tu primer San Valentín en pareja — le
contesté.
No
quería, en absoluto, fastidiarle aquel día. Al menos una de las dos
podía celebrarlo y ser feliz, y eso era lo que importaba.
Seguimos
comiendo, y nos despedimos con un abrazo.
— Si me
necesitas solo tienes que llamarme, lo sabes, ¿no? — me dijo al
oído mientras me abrazaba.
— Lo sé
pesada, pásalo bien — le dije yo.
Le di un
beso en la mejilla y me fui en dirección a mi casa.
Pasaron
los días y llegó San Valentín. Sin plan alguno, me vestí y me fui
a dar un paseo. No tenía nadie con quien celebrarlo, pero no pensaba
quedarme en casa amargada, eso era aún peor.
Caminé
en dirección al parque, pero sin saber cómo, acabé caminando junto
a la valla del cementerio. Empezaba a oscurecer, y un escalofrió
recorrió mi espalda.
— No me
digas que ahora te dan miedo un montón de tumbas — me dije en voz
alta para tranquilizarme.
A lo
lejos se oía ladrar a un perro. Caminé más deprisa, quería salir
de allí cuanto antes, pero parecía que algo me impedía avanzar.
Eché a correr, y crucé la calle sin mirar, sin ver a un coche que
venía muy rápido en mi dirección. Después sentí un golpe muy
fuerte y todo se oscureció. Desperté, en el momento en el que
alguien me colocaba su muñeca en mi boca. Un líquido cayó en mis
labios, caliente, y sin saber que era bebí. Bebí hasta que volví
la vista empezó a aclararse. Estaba tumbada en medio de la calle,
enfrente del cementerio. Intenté incorporarme, y vi que había
alguien sentado a mi lado.
— ¿Qué
ha pasado? — pregunté.
Y
entonces lo reconocí. Volvía a ser él.
— ¿Tú?
— le dije.
Me fijé
en que se cogía la muñeca con una mano, y vi como le sangraba.
Ahogué un grito.
—
¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? — le pregunté, acercándome a él.
— Te
han atropellado, y se han dado a la fuga — me dijo.
— ¿A
mí? Pero si eres tu el que sangra… — le dije, y algo vino a mi
memoria.
Recordé
el coche que vi un momento antes de que me golpeara. Recordé mi
desmayó, y como me había despertado con la muñeca de alguien en mi
boca, su muñeca. Y recordé, sobretodo, el líquido que había
ingerido, el ansia con el que lo había tomado.
— ¿Me
has dado tu sangre? — le pregunté.
Poco a
poco el se fue incorporando, y observé como la herida de su muñeca
desaparecía. Me tapé la boca con la mano, sorprendida y asustada. Y
entonces le creí. Creí todo lo que me había contado, palabra por
palabra, y supe que no mentía.
— Eres
un vampiro…— susurré.
— Lo
soy, y te he vuelto a salvar la vida — me dijo él.
— Y yo
he bebido tu sangre y ahora… — dije, sin acabar la frase.
— Y
ahora nada, no vas a convertirte en lo que yo soy, para eso, hace
falta mucho más — me dijo él, tranquilizándome.
Le miré
a los ojos fijamente.
—
Gracias… Por salvarme la vida de nuevo — le dije.
Él
sonrió.
—
Tómatelo como el regalo de nuestro primer San Valentín — me dijo
él.
Le
devolví la sonrisa.
— ¿Cómo
sabías que estaba aquí? — le pregunté.
—
Porque puedo sentirte, sé cuando estás en peligro, cuando me
necesitas. Y siempre que lo hagas estaré ahí para ti. No debes
tenerme miedo, jamás podría hacerte daño — me respondió.
— Así
que eres mi ángel de la guarda — le dije yo.
— No
soy un ángel, ya te lo dije — me replicó él.
— Para
mí sí. Mi ángel oscuro — le dije yo.
Intriga, angustia, y un final muy romántico!! Enhorabuena!!
ResponderEliminarMe ha gustado mucho ^-^
ResponderEliminarEnhorabuena!!
Me ha gustado mucho ^-^
ResponderEliminarEnhorabuena!!