hola mis queridos dibujantes, vengo para publicar el primer capitulo de "Mi vigilante de la noche" de Lizzie Quintas.
Podéis leer la continuación en Septiembre cuando se publicara su novela bueno aquí esta el primer capitulo que lo disfrutéis. Os dejo su blog,Seguirla
(Aquí),póngame en los comentarios si os ha gustado a mi me ha encantado.
Capitulo uno
Eran
las nueve y ya parecía media noche, era lo que tenía el invierno.
Había quedado con mis amigas para dar una vuelta como de costumbre.
Tenían que venir a buscarme a las ocho y media pero mis amigas no
sabían lo que era la puntualidad, un día les enseñé la entrada
del diccionario donde definía la palabra puntualidad y aun así nada
cambió. A mí no me gustaba hacer esperar a nadie, ¿por qué ellas
si?
- Mama, ya me voy.- Le dije antes de
salir por la puerta.
- No tardes. - Me gritó
ella.
Siempre me decía lo mismo, nunca se
cansaba, ya me sabía su repertorio de memoria. “Esta
habitación parece una pocilga”, “¿no te da vergüenza tener así
la habitación?” O el típico “es
que no haces nada en casa, estoy cansada de trabajar y tú no ayudas
nada”. vamos que me las sabía todas.
Bajé
las escaleras, había veinticinco escalones, a veces cuando me
aburría los contaba. Salí por la puerta del portal y una brisa fría
me agarró.
Me quedé mirando a todas las
personas que se metían en los bares para resguardarse del frío,
otras se acomodaban las bufandas alrededor del cuello y la boca y se
apretaban contra su acompañante para que se les pasara el frio. Yo
en cambio iba con una camiseta de manga corta y una chaqueta muy fina
que no tapaba el frio.
Toda la gente pasaba
ajena a mis miradas, yo iba a mi destino con pasos lentos pero
seguros. Siempre que estaba mal me iba a ese lugar, era hipnótico,
el lugar, la tranquilidad, todo era precioso.
Por
la carretera que llevaba al cementerio, siempre desierta, las hileras
de árboles dejaban que sus hojas las meciera aquella brisa que
indicaba que nos acercábamos al mar. Al llegar al cementerio tenía
que seguir de frente y encontraba una pequeña cabaña que era del
antiguo vigilante del cementerio, pero hacía años que se había ido
de allí.
La cabaña tenía un banco que daba
al acantilado, siempre me sentaba allí, el sonido de las olas
rompiendo contra las rocas era como una sutil invitación a tirarme
para jugar con ellas. La brisa jugaba con mi pelo y mi ropa. Ya me
sentía parte de aquel lugar, como aquellas aves que tienen su nido
entre las rocas lejos del agua, era como si mi alma fuera de aquel
lugar y me reclamaba con eses sonidos tan hipnóticos.
Un
sonido casi irreconocible hacía que volviera a la cruda realidad,
con lo bien que me sentía volando entre las olas. Poco a poco
regresé en mí, alertada por el sonido de mí móvil.