9 ago 2015

Ganadora de la Categoría de Romance

Hola mis pequeños dibujantes, hoy les traigo con un poquito de retraso el relato ganador de la categoria de "Romance", Sookie con "El angel Oscuro", os dejo con el relato.

El Ángel Oscuro

Desperté en medio de la claridad del día, en un callejón perdido a las afueras de la ciudad. No recordaba casi nada de la noche anterior. Había acudido a una discoteca nueva en el centro de la ciudad y allí lo había conocido.
Me fijé en él nada más entrar, porque algo inexplicable me condujo hasta su mirada. Y desde ese momento no vi nada más.
Me acerqué donde estaba y empezamos a bailar. Un baile sensual que nos acercaba al máximo, que hacía que tocáramos nuestros cuerpos y nos convirtiéramos en uno solo. Después salimos sin decir nada y en ese momento mi recuerdo se nublaba. No sabía que había pasado después, a donde habíamos ido, ni lo que habíamos hecho. Ni siquiera recordaba su nombre, más bien no recordaba haber intercambiado ni una sola palabra con él. Todo era tan extraño.
Me dirigí a una calle más transitada para coger un taxi que me llevara a mi casa. Estaba cansada, así que al llegar me metí en la cama y me quedé profundamente dormida. En sueños volví a verlo y sentí como me llamaba. Desperté sudando y sin saber muy bien donde estaba. Al centrarme me levanté, comí algo aunque apenas tenía hambre, me duché y salí de casa.
Esta vez fui a otro bar para no encontrarme con él. Pero al entrar lo vi, como la noche anterior, y de nuevo, empujada por un deseo irrefrenable, me acerqué a él para repetir el ritual de la noche anterior. Y otra vez me desperté en un callejón como la noche de antes. Pero al siguiente día algo cambió.
Volví a acostarme al llegar a casa y tuve el mismo sueño, aquel ser extraño llamándome desesperadamente. Sentí su voz como si estuviera a mi lado, y al despertar allí estaba, en el balcón de mi casa, observándome. No creí lo que estaba viendo, pero era real, estaba allí y me llamaba con una voz suave y sensual.
— Natalie, Natalie,…
¿Cómo sabía mi nombre si yo no se lo había dicho? O al menos no lo recordaba. Quise salir gritando de allí pero no lo hice, me quedé inmóvil mirándolo fijamente, y entonces desapareció.
Creí que me había vuelto completamente loca, que alguien había metido algo en mi bebida y todo aquello no era más que una alucinación, pero era imposible. Todo era demasiado real para ser alucinaciones. Tan real como ilógico a la vez. No entendía nada.
Solo sabía que deseaba que llegara la noche para verlo de nuevo frente a mí. Y me propuse que cuando eso ocurriera, él no me controlaría. Que ilusa era.
Los siguientes días decidí no salir de noche para no encontrármelo, pero cada vez que cerraba los ojos para dormir, el sueño volvía a repetirse. Una mañana al despertar, cogí mi bloc y un lápiz y pinté su retrato. Dibujé sus rasgos uno a uno, perfectamente marcados y allí lo tuve, perfecto, frente a mí. Y entonces decidí que tenía que averiguarlo todo sobre aquel extraño que había marcado a fuego mi vida y mi mente.
Aquella noche me arreglé lo mejor que pude, llamé a mi mejor amiga y salimos juntas a comernos la noche. Ella no sabía nada de lo que me había ocurrido días atrás. Creía que me tomaría por una loca si se lo contaba, y no me arriesgué. Mientras me maquillaba el timbre de mi casa sonó y fui corriendo a abrir.
— ¿Si?... Ya bajo, 5 minutos… — le dije a mi amiga.
Terminé de maquillarme, di un último repaso de mi aspecto en el espejo del recibidor y bajé, no sin antes observar por última vez el rostro de aquel hombre.
— Uau, que guapa te has puesto — me dijo mi amiga al verme.
— Que exagerada… Tú sí que estás espectacular Darla — le dije.
Y era cierto. Mi amiga siempre había sido la sexy, la espectacular, la que se ligaba a cualquiera si se lo proponía. Las dos éramos guapas, eso no podía negarlo nadie, pero ella tenía algo que yo no, don de gentes.
Cogimos un taxi y nos fuimos hacia la discoteca nueva, a la que había ido el día en que me encontré por primera vez con aquel chico. Aquel día mí amiga no había venido conmigo, había ido sola, después de mi último desastre amoroso, por eso ella no sabía nada de lo que había ocurrido aquella noche. Entré en la discoteca, inspeccionando cada rincón con mi mirada, pero no había ni rastro de él.
— No estarás buscando a Josh — me dijo Darla.
Josh era mi ex y la relación más larga y tormentosa que había tenido hasta aquel momento. Habíamos estado juntos cerca de 3 años, y todo había acabado cuando él decidió que era hora de buscarse alguien nuevo y fresco con él que pasar el tiempo. Él problema había sido que se lo había buscado mientras aún estaba conmigo.
— No, no busco a nadie, solo observo — le mentí.
— ¿Y ves alguien para mí? — me preguntó.
— No creo que necesites que yo te busque a alguien, pero aquel moreno de la barra lleva mirándote desde que hemos entrado — le dije a Darla.
Ella se fijó en él y le sonrió.
— Bueno quizá acabé con él al final de la noche, pero mientras es nuestra noche — dijo, y me cogió de la mano arrastrándome a la pista de baile.
Darla era completamente diferente a mí. Nunca había tenido ninguna relación seria, se iba con cualquiera que le gustara, y pocas veces repetía chico. No creía en el amor, porque nunca se había enamorado, siempre me decía que no existía, que lo que existía era el interés. Te enamorabas de una persona si te interesaban suficientes cosas de ella, sino nada. Y en parte tenía razón.
Nos lo pasamos bien, bebiendo y bailando sin parar, y el chico moreno no dejó de observarla en toda la noche. Hacia las 5 decidí que ya había cuidado suficiente de mí. Era desinteresada en cuestión de relaciones con chicos, pero para la amistad era la mejor. Desde que la conocí nunca me había fallado, siempre había estado a mi lado cuando la había necesitado, y eso pocas veces se encontraba.
— Oye, el chico no deja de mirarte, creo que es hora de que te acerques — le dije al oído para hacerme oír.
Ella lo miró.
— Puede esperar un poco más, no voy a dejarte sola — me dijo, también al oído.
— No pasa nada, ve con él y yo me voy a casa, ya es tarde y estoy cansada — le contesté.
— Bueno entonces te acompañaré — me dijo.
— No, me voy en taxi. Tú vete con él y disfruta. Y mañana en cuanto te despiertes me llamas y me lo cuentas — le dije.
Ella me miró, me abrazó y me dio un sonoro beso en la mejilla, que se oyó a pesar del volumen de la música.
— Sabes que te quiero, ¿no? — me dijo, y yo le sonreí.
— Ve, o se cansara de esperar — le contesté.
— Si se cansa, vendrá otro — me dijo Darla riendo, y yo reí con ella.
Darla se acercó a mí y me dio un pequeño beso en los labios, un piquito de amiga como siempre me decía ella. Yo le sonreí y ella se fue hacia el chico, que en cuanto ella llegó a la barra, ya tenía una copa en la mano para invitarla. Me di media vuelta y me fui.
No lo vi aquella noche en aquella discoteca. Lo busqué entre la gente, lo llamé en silencio aún sin saber su nombre. Pero él no estaba allí. En realidad no era cierto que estuviera cansada, y era pronto, así que pensé que no me vendría mal caminar un poco y decidí ir a casa dando un paseo. Salí de la discoteca en el momento en que tres chicos salían también, yendo en mi misma dirección. Caminé más deprisa, atajando por un callejón, como aquel en el que había despertado noches atrás, que me hacía adelantar bastante camino, y me pareció que aquellos chicos continuaban por la calle principal. Suspiré aliviada. Pero entonces, antes de llegar al final del callejón oí pasos detrás de mí. Me giré y allí estaban dos de ellos. Aceleré mi marcha, casi corrí, y el tercero apareció, obstruyéndome el paso. Estaba rodeada y ellos sonreían.
— ¿Qué pasa preciosa, tienes prisa? — me dijo uno de ellos.
Se acercaban cada vez más a mí.
— ¿Qué queréis? — les pregunté, intenté no parecer asustada pero no fui capaz y mi voz tembló.
— Te hemos visto con tu amiguita en la discoteca, y nosotros también queremos un besito de esos… Nos ha encantado veros — dijo uno, y vi como se tocaba por encima del pantalón en un gesto muy obsceno, que obviamente era para provocarme.
— Tengo que irme — dije, intentando salir de allí, pero uno de ellos me empujó.
— No, todavía no, primero vas a hacernos lo que le haces a tu amiguita cuando estáis solas… — dijo el otro riendo.
— No le hago nada, dejarme en paz — les supliqué, aunque intentaba parecer serena, mi voz sonó aterrada.
— Yo creo que si — dijo el mismo chico.
Estaban justo enfrente de mí y por instinto retrocedí hasta la pared. Miré a ambos lados de la calle, intentando vislumbrar a alguien que pasara. Abrí la boca para gritar.
— No lo hagas — dijo otro chico — o será peor.
Cerré la boca. Vi como sonreían y cerré los ojos, deseando despertar de aquella pesadilla. Entonces uno de ellos se acercó y me cogió de ambos brazos. Acarició mi cara y me estremecí, intentando zafarme. Pero me sujetó aún más fuerte mientras otro de ellos me tocaba y estiraba de mi blusa, rompiendo todos los botones.
Reían, con una risa aguda, loca y estremecedora, mientras lágrimas aparecían en mis ojos y lo único que deseaba era que terminaran pronto. Seguí con los ojos cerrados y noté como uno de ellos acercaba su cara, me lamía la mejilla y después me besaba mordiéndome los labios, haciéndome daño. Y noté como la sangre brotaba de uno de ellos.
Se acercaron aún más. Tocándome, lamiéndome, mordiéndome entonces lo oí. Un gruñido desgarrador, como de un animal salvaje. Sentí como me soltaban y caí al suelo. Llorando, intentando taparme. Abrí los ojos y vi una forma oscura agazapada entre ellos y yo, pero no distinguí quién o qué era.
— Ella es mía — dijo una voz furiosa.
Y entonces me desmayé.
Desperté sin saber cuánto tiempo había pasado, en una cama que no era la mía. Con unas ropas que no eran las mías. Y me costó recordar lo que había pasado. Miré a un lado y entonces lo vi. Era él, el rostro de mi salvador, él mismo rostro que había en el retrato pintado en mi habitación.
— ¿Qué eres? — le pregunté.
Se acercó a mí, acarició mi frente, acercando su cara a la mía.
— Shhhhhhhhh… Debes descansar — me dijo.
Me besó en la frente. Sus labios, al contrario que sus dedos fríos como el hielo, estaban calientes.
Lo miré a los ojos una vez más y después cerré los míos.
— ¿Qué eres mi ángel…? — le susurré, y me dormí.
Desperté a mediodía, según me indicaba el lugar donde se encontraba el sol, y un silencio tranquilizador llenaba aquel apartamento. Me encontré en una cama enorme, con sábanas oscuras de seda, y un olor a rosas que me embriagaba. Un ventanal de cristal, ocupaba todo lo que debía haber sido una pared. Me levanté, acercándome a aquella pared de cristal, y vi toda la ciudad a mis pies, desde lo que debía ser el ático de uno de los edificios más altos de la ciudad. Estuve un rato mirando aquella ciudad, desde aquella posición privilegiada, donde de los coches no se escuchaba ningún ruido, y los transeúntes eran simples hormigas, viviendo para trabajar. Me di la vuelta y me dispuse a buscar al que me había salvado la noche anterior. Estar allí me dejaba claro que no había sido ningún sueño, que no era mi imaginación la que me había traicionado, sino que todo había sido completamente real.
Pero no lo encontré, no estaba allí. Así que cogí mi bolso, que supuse había dejado él junto a la cama y me dispuse a marcharme.
En la entrada había un espejo, así que rebusqué y con mi pintalabios le dejé un mensaje escrito: Gracias, mi ángel.
Al salir a la calle me di cuenta de que mi casa se encontraba en la otra punta, así que paré un taxi que me llevó hasta allí. Al llegar a mi destino, y buscar el dinero en mi monedero para pagar, me di cuenta de que el conductor, me miraba a través del espejo retrovisor, con una sonrisa muy parecida a la de mis atacantes de la noche anterior, así que nerviosa, le pagué sin esperar el cambio y me bajé deprisa de aquel taxi. Subí a mi casa, justo en el momento en el que el teléfono sonaba. Lo cogí en el último toque.
— ¡Ya era hora dormilona! — me dijo la voz de Darla al otro lado.
Sonreí.
— Que pronto te has despertado tú, ¿no tendrás fiebre? — le dije.
Darla era de las que el día después de una noche de fiesta, no despertaba hasta bien entrada la tarde, o incluso a veces, era capaz de no despertar hasta dos días después.
— Bueno, eso sería si hubiera dormido — me dijo riendo.
— ¿No me digas que has estado hasta ahora con el chico de anoche? — le pregunté.
— No he estado, estoy. Me está preparando la comida — me contestó ella.
— Vaya, vaya, empiezo a pensar que sí tienes fiebre, nunca te quedas a comer con tus conquistas — le dije.
— Eso mismo he pensado yo, pero no sé, me gusta — dijo ella riendo. — ¿Y tú cómo estás? ¿Llegaste bien a casa? — me preguntó.
Estuve a punto de contarle todo lo ocurrido la noche anterior, pero sabía que lo único que haría sería asustarla, y con una que pasara miedo ya era suficiente.
— Si, cogí un taxi y llegué enseguida — le mentí.
— Perfecto, no me gusta que andes sola de noche, te puede pasar cualquier cosa — me dijo ella.
— Lo sé, no te preocupes — le contesté para tranquilizarla.
Nena, ya está la comida — oí al otro lado de la línea.
— Si te debe de gustar para que dejes que te llame nena — le dije a Darla riéndome.
— Que graciosa. Bueno ya has oído, mi comida me espera. Hablamos luego, ¿vale? — me contestó ella.
— Vale nena — reí.
— Hasta luego churry — me dijo ella a modo de venganza, sabiendo cuanto me molestaba.
Colgué y me fui hacia al baño para darme una ducha. Mientras el agua recorría mi cuerpo, recordé lo sucedido aquella madrugada y un escalofrío me recorrió entera. Pensé en el gruñido que había oído, pero sin recordar ningún animal. Así que supuse que él, mi ángel, tenía un perro, no veía otra explicación. Terminé de ducharme y me vestí. Quería saber más de mi salvador, pero no tenía nada, ni un nombre, ni mucho menos un teléfono.
— Pero sé donde vive — me dije en voz alta, y sonreí.
Sabía que era arriesgado, pero tenía que hacerlo. Necesitaba conocerlo más, saber su nombre, y sobre todo, darle las gracias como se merecía. Así que cogí mi coche y me fui en dirección a su casa. Conducir yo era la única manera de recordar donde vivía, haciendo el camino al inversa que había hecho el taxi unas horas antes. Me había fijado en cada calle, cada detalle, pero aún así me perdí varias veces antes de encontrar el edificio donde me había despertado aquel día. Estando allí, de repente, me entró miedo, de no saber cómo reaccionaría él, o lo que podría descubrir al conocerlo, pero me armé de valor y me dirigí a la puerta de entrada. El portero me miró al entrar y se dirigió a mí.
— Buenas noches señorita — me dijo con una sonrisa.
— Buenas noches — dije yo, mirando un momento hacia la calle.
Estaba oscureciendo, no me había dado cuenta de que ya había pasado prácticamente la tarde completa.
— Creo que el señor Eric, la está esperando — me dijo sin dejar de sonreír.
Yo le devolví la sonrisa, extrañada por el comentario.
— 8ºC — me dijo, indicándome el ascensor.
— Gracias — le contesté.
Me fui hacia donde me indicaba, y marqué el número del octavo piso. No sabía cómo, pero aquel hombre sabía exactamente a donde me dirigía, porque en efecto, el 8ºC era el piso del que había salido hacia unas horas.
El ascensor llegó a su destino, y cuando me acerqué a la puerta C, ésta se abrió, sin darme tiempo a llamar. Y al otro lado estaba él.
— Te esperaba — me dijo.
Su voz era atractiva, misteriosa, y seductora, muy seductora.
— Yo… Venía a darte las gracias por lo de anoche… Bueno, esta mañana — le dije.
Él se apartó de la puerta, sin decir nada, indicándome con una mano que pasara. Y eso hice. Al entrar me fijé en el espejo, donde aún estaba mi mensaje, y sonreí.
— No soy un ángel — me dijo.
Se había colocado a mi lado, observando el espejo y yo no me había dado cuenta, así que pegué un salto, fruto del susto.
— Perdona, no te había visto en el espejo — dije, mirando de nuevo.
Y en efecto, no había reflejo alguno que indicara la presencia de él.
— Pero cómo es posible… — dije, aunque no termine la frase.
— Siéntate, por favor — me dijo él.
Se había colocado delante de mí con una rapidez increíble, y me indicaba ahora el sofá del salón. Me senté, algo incómoda por lo extraño de todo aquello.
— Igual sería mejor que me fuera, quería darte las gracias y ya lo he hecho… — dije levantándome.
— No — dijo él, mientras me empujaba el hombro para que volviera a sentarme.
Me asusté.
— Disculpa, no quería asustarte. No te vayas por favor, deja que me explique… — me dijo él.
No dije nada, asentí lentamente con la cabeza y me acomodé en mi asiento. Él no se sentó, caminó lentamente hacia el ventanal de cristal, observando la ciudad.
— Tienes unas vistas preciosas. Debe ser un lujo tener tanta luz natural — dije, intentando romper el hielo y la tensión.
— Supongo, yo no la veo nunca — me dijo él.
— ¿No ves el qué, la luz? — le pregunté.
Él asintió mientras suspiraba.
— Hace muchos años que no veo un amanecer, que no permito que los rayos del sol toquen mi piel. Casi he olvidado cómo se ven los colores a la luz de la mañana — me contestó.
— Pero… No entiendo nada… ¿Es por algún tipo de enfermedad? — le pregunté.
Vi en él una media sonrisa.
— Algo así — dijo, mientras se giraba para observarme.
Volvió a caminar por el salón.
— Hace mucho tiempo que no confío en alguien lo suficiente para ser sincero y contarle lo que soy. Jamás lo he hecho conociendo a la persona de tan solo un par de noches, y cuando ella ni siquiera recuerda nada de esos momentos. Pero desde que te vi la primera vez, tuve la necesidad de contártelo todo, ser totalmente sincero, y que supieras quién y que soy, y de ese modo pudieras aceptarme — me dijo.
No dije nada, no entendía nada, y todo aquello me tenía tan intrigada, que no moví ni un solo centímetro de mi cuerpo mientras él hablaba.
— Yo no soy un ángel, sino más bien lo contrario. Despierto cuando la luz del sol se va, y me acuesto en cuanto aparece, porque si un solo rayo me toca, desapareceré. Te has fijado en que no puedes verme en el reflejo del espejo, y así es, nadie puede verme. Nunca enfermo, no envejezco, y no necesito alimentarme de la manera en que tú lo haces.
— Espera un momento — le interrumpí. — No irás a decirme que eres algo así como un vampiro, ¿verdad?
Me miró fijamente.
— Lo soy.
— Oye mira esto no tiene gracia — dije, levantándome del sofá.
Él no dijo nada, ni tampoco se acercó a mí como había hecho antes para detenerme. Así que fui hasta la puerta y me marché de allí, sin que él se moviera de su lugar. Conduje en dirección a mi casa, pensando en todo lo que me había dicho, y sin creerme una sola palabra.
— ¿Un vampiro? — dije en voz alta, riéndome.
Aunque la risa me duró poco tiempo. Llegué a mi casa, me puse el pijama y me metí en la cama. Después de los días tan intensos que había pasado, lo único que quería era descansar y dormir. Aquella noche no tuve ningún sueño extraño, ninguno en el que él fuera el protagonista.
Y de esa manera pasaron los días, sin volver a imaginar su rostro en sueños, sin volver a saber nada de él. Y pensando en todo lo que me había contado. Y algo muy dentro de mí comenzó a creérselo.
Pasaron las semanas, y mi vida comenzó a ser tan rutinaria como siempre.
— ¿Qué harás en San Valentín? — me preguntó Darla.
Habíamos quedado para comer.
— ¿Yo? Lo mismo de cada día. ¿Y tú? — le pregunté.
— Pues aunque te suene extraño, voy a celebrarlo con Mark — me dijo ella.
— Vaya, como cambian las cosas — le dije yo, sonriéndole.
Siempre había sido yo la que tenía planes para San Valentín, y Darla la que salía como cualquier día normal, la que pensaba que aquel era un día inventado por los centros comerciales para que gastáramos dinero. Y ahora era ella, la que nunca había creído en el amor, la que pensaba celebrarlo con un chico, su chico, y yo la que se iba a quedar en casa, sin tener ningún plan que hacer.
— La verdad es que nunca imaginé tener ilusión por celebrar este día — me dijo ella, sin dejar de sonreír.
— Me alegra verte tan feliz, ya te tocaba — le dije yo.
— Bueno, a ti también te toca — me contestó ella.
Suspiré.
— Si quieres que me quedé contigo en vez de irme con él, no tienes más que pedírmelo — me dijo ella.
— No te preocupes, y disfruta de tu primer San Valentín en pareja — le contesté.
No quería, en absoluto, fastidiarle aquel día. Al menos una de las dos podía celebrarlo y ser feliz, y eso era lo que importaba.
Seguimos comiendo, y nos despedimos con un abrazo.
— Si me necesitas solo tienes que llamarme, lo sabes, ¿no? — me dijo al oído mientras me abrazaba.
— Lo sé pesada, pásalo bien — le dije yo.
Le di un beso en la mejilla y me fui en dirección a mi casa.
Pasaron los días y llegó San Valentín. Sin plan alguno, me vestí y me fui a dar un paseo. No tenía nadie con quien celebrarlo, pero no pensaba quedarme en casa amargada, eso era aún peor.
Caminé en dirección al parque, pero sin saber cómo, acabé caminando junto a la valla del cementerio. Empezaba a oscurecer, y un escalofrió recorrió mi espalda.
— No me digas que ahora te dan miedo un montón de tumbas — me dije en voz alta para tranquilizarme.
A lo lejos se oía ladrar a un perro. Caminé más deprisa, quería salir de allí cuanto antes, pero parecía que algo me impedía avanzar. Eché a correr, y crucé la calle sin mirar, sin ver a un coche que venía muy rápido en mi dirección. Después sentí un golpe muy fuerte y todo se oscureció. Desperté, en el momento en el que alguien me colocaba su muñeca en mi boca. Un líquido cayó en mis labios, caliente, y sin saber que era bebí. Bebí hasta que volví la vista empezó a aclararse. Estaba tumbada en medio de la calle, enfrente del cementerio. Intenté incorporarme, y vi que había alguien sentado a mi lado.
— ¿Qué ha pasado? — pregunté.
Y entonces lo reconocí. Volvía a ser él.
— ¿Tú? — le dije.
Me fijé en que se cogía la muñeca con una mano, y vi como le sangraba. Ahogué un grito.
— ¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? — le pregunté, acercándome a él.
— Te han atropellado, y se han dado a la fuga — me dijo.
— ¿A mí? Pero si eres tu el que sangra… — le dije, y algo vino a mi memoria.
Recordé el coche que vi un momento antes de que me golpeara. Recordé mi desmayó, y como me había despertado con la muñeca de alguien en mi boca, su muñeca. Y recordé, sobretodo, el líquido que había ingerido, el ansia con el que lo había tomado.
— ¿Me has dado tu sangre? — le pregunté.
Poco a poco el se fue incorporando, y observé como la herida de su muñeca desaparecía. Me tapé la boca con la mano, sorprendida y asustada. Y entonces le creí. Creí todo lo que me había contado, palabra por palabra, y supe que no mentía.
— Eres un vampiro…— susurré.
— Lo soy, y te he vuelto a salvar la vida — me dijo él.
— Y yo he bebido tu sangre y ahora… — dije, sin acabar la frase.
— Y ahora nada, no vas a convertirte en lo que yo soy, para eso, hace falta mucho más — me dijo él, tranquilizándome.
Le miré a los ojos fijamente.
— Gracias… Por salvarme la vida de nuevo — le dije.
Él sonrió.
— Tómatelo como el regalo de nuestro primer San Valentín — me dijo él.
Le devolví la sonrisa.
— ¿Cómo sabías que estaba aquí? — le pregunté.
— Porque puedo sentirte, sé cuando estás en peligro, cuando me necesitas. Y siempre que lo hagas estaré ahí para ti. No debes tenerme miedo, jamás podría hacerte daño — me respondió.
— Así que eres mi ángel de la guarda — le dije yo.
— No soy un ángel, ya te lo dije — me replicó él.
— Para mí sí. Mi ángel oscuro — le dije yo.

3 comentarios:

  1. Intriga, angustia, y un final muy romántico!! Enhorabuena!!

    ResponderEliminar
  2. Me ha gustado mucho ^-^

    Enhorabuena!!

    ResponderEliminar
  3. Me ha gustado mucho ^-^

    Enhorabuena!!

    ResponderEliminar